Después de Chennai, cambiamos a una región más al norte y una temperatura más fresca: Karnataka. Nos dirigimos en tren hasta Mysore, ciudad conocida por la madera de sándalo.

En la ciudad pudimos ver una de las obras más bellas de la época de los maharajás, terminada en el siglo XX: el Palacio de Mysore. Una obra arquitectónica sin precedentes con unos interiores muy trabajados; esculturas, pinturas, puertas… ¡todo en sí estaba trabajado hasta la última! ¡Espectacular! Tenía un par de pistas de baile con entrada de luz natural a través de ventanas con multitud de cristales de colores que recordaban a la película La Bella y la Bestia. La lástima es que no dejaban ni entrar cámaras en el palacio, así que nos limitamos a mirar y lamentarnos por no poder tomar fotos. ¡Ni tan solo compramos postales al tener un servicio tan malo!

Paseamos por las calles de Mysore, por sus mercados, sus tiendas e hicimos algunas compras. Tuve un percance con un vendedor pesado (por norma general, todos lo son) de charas que nos estuvo siguiendo un buen rato por la calle comercial, en frente de la policía y familias correteando de tienda en tienda. Me cansé de repetirle que no nos molestara, que nos dejara en paz, que las cosas se hacen bien o no se hacen, pero no sirvió de nada, saliva gastada.

Entrada al Palacio de Mysore

Para llegar a Hampi desde Mysore se debe ir en autobús hasta Bangalore y de allí a Hampi en autobús también. ¡Pues vaya gracia tener que pasar por Bangalore en plenas vacaciones indias! El trayecto se hizo eterno, con un atasco de 10 km a la entrada de la ciudad y más atascos una vez dentro. Y es que las dos estaciones centrales de autobús y tren están en la misma zona y los rickshaws lo bloquean todo. ¡Pensábamos que no llegaríamos a tiempo!

El autobús nos dejó a la entrada de la estación central porque no pudo entrar en el recinto por el atasco formado, y nada más salir, un grupo de portadores y rickshaws nos atacaron a ofertas. Después de pegar un par de gritos sin conseguir nada por parte de estos, cogimos nuestras maletas y fuimos hacia la plataforma donde salía nuestro autobús 40 minutos después. Como pasaríamos toda la noche en el autobús, pensamos en comer algo antes o comprar algo para el viaje, pero nos fue imposible por el tiempo que nos quedaba en tierra, y todo lo que había eran bolsas de patatas fritas y dulces.

Una vez la hora de nuestra partida pasó pero el autobús no llegaba, preguntamos a los oficiales de estación, que nos iban repitiendo que estaba en el atasco, que llegaría en breve. ¡Llegó 2 horas después! La estación estaba llena de gente partiendo hacia diferentes partes del país: familias, grupos de amigos, gente comiendo, gente chillando, gente durmiendo… Durante la espera tuvimos tiempo de comer arroz pilaf con huevos duros y arroz biryani, y de que un autobús nos atropellase las maletas marcha atrás. ¡Bangalore fue toda una experiencia que no me gustaría repetir, pero espero que mi experiencia no sea para toda la ciudad!

Llegamos a Hampi por la mañana después de dormir saltando en el autobús. ¡No exagero! ¡Cuántas veces sentí mi cuerpo en gravedad 0! A la llegada, un grupo de rickshaws corrió a nuestro encuentro, ¡y corrió literalmente! Veíamos cómo seguían al autobús mientras daba la vuelta a la estación, preparándose para su breve parada. Nos saltaron todos encima con ofertas de todos tipos, pero usé mi nueva técnica: ignorarlos. El pueblo y los hoteles estaban a 2 minutos a pie; ¿cómo querían que cogiésemos un rickshaw para tan corto trayecto? Un euro con patas es un euro con patas, pensé.

El pueblo de Hampi es conocido por su cantidad de ruinas imperiales del período XIV a XVI. Templos, viviendas y ciudades construidas en una zona llana con gran número de rocas que me dieron a pensar en hacer boulder, pero con tan poco tiempo no lo hice. La zona es preciosa y tranquila, invitaba a quedarse más días, ¡y más si se tiene la intención de ver todas las ruinas! Alquilamos una scooter durante 24h para poder disfrutar de todos los restos arqueológicos a nuestro antojo, ¡y fue muy buena elección! ¡Lo fresquitos que íbamos! Estuvimos poco tiempo en Hampi para poderlo ver todo, pero es una visita recomendada.

Templo en Hampi

Decidimos seguir por Gokarna, al límite con Goa. El autobús que nos llevó desde Hampi nos dejó en un pueblo a 30 km de distancia a las 4 de la mañana. Solos, en medio de una carretera principal donde solo podíamos ver los negocios en frente nuestro y todo lo demás oscuro, con un grupo de rickshaws durmiendo. Después de negociaciones, cogimos un rickshaw que nos llevó hasta el centro del pueblo de Gokarna, donde las gentes, en su mayoría brahmanes, se preparaban para una semana de festividad a Vishnu.

Gokarna es famosa por sus playas y sus fiestas, pero en temporada alta, claro está, no en baja cuando nosotros llegamos. El pueblo estaba repleto de indios venidos de diferentes zonas y pocos turistas, pero muy tranquilo. Las playas estaban vacías, excepto la más cercana al pueblo, donde sus gentes se bañaban. Fui a correr por ella una mañana temprano, encontrándome con pescadores a los que di una mano para subir los botes a tierra firme. Las otras dos playas son de difícil acceso si uno va cargado, pero tranquilas y bonitas, con algunos hoteles y restaurantes a pie de arena. La famosa Om Beach tenía más restaurantes abiertos que las otras dos playas, pero es de difícil acceso por su distancia; así es como las mafias de rickshaws hacen sus negocios. Tampoco es para tanto Om Beach, me gustó más Kudle Beach, ¡pero no había nadie ni nada!

Fueron unos días tranquilos en la playa con el festival brahmán en apogeo; pudimos ver pujas, procesiones y hasta un concierto religioso (más de la mitad del tiempo se la pasan hablando de hinduismo, así que poco entendimos). Durante el período visitado había pocas atracciones para turistas aparte de playa y más playa, así que para Mumbai nos dirigimos.

Procesión religiosa en Gokarna

La idea principal era pasar unos días en Anjuna, Goa, pero descartamos la idea por falta de días, ya que A. volvía a casa después de este intenso mes. Llegamos tarde por la noche a un hotelucho barato de Colaba, el barrio turstico de Mumbai. A la mañana siguiente nos buscamos otro hotel, pero la ciudad es cara y los hoteles baratos, hoteluchos.

Fuimos por las zonas más turísticas de la ciudad y pudimos comprobar cómo en la India hay de todo: en tiempo y en estatus social. Zonas que parecían la España pre-guerra y zonas de alto lujo, todo en un mismo sitio. La pequeña playa que tiene la ciudad está repleta de restaurantes y atracciones familiares donde las norias son empujadas por jóvenes. Es espectacular ver cómo estos chicos saltan desde lo más alto para dar velocidad a la noria, todos ellos con sus mejores galas para impresionar a los grupos de jóvenes solteras.

Mumbai es una de las pocas ciudades donde he visto grupos de jóvenes salir de fiesta, y no es por falta de ellas, sino que me he movido por zonas donde no se veían. Supongo que en Delhi también existirán, al ser una ciudad tan grande y con tan poco tiempo para verlo todo. También pasamos un día en la ONG Sonrisas de Bombay, donde nos explicaron cómo funcionan sus orfanatos y escuelas. No pudimos estar mucho con los niños ni ver cómo impartían clase, ya que se trataba de una visita formal y se encontraban en vacaciones escolares, pero pudimos ver que tenían muchas más actividades que los otros orfanatos vistos. Hasta un instructor de educación física que les enseñaba fútbol y con el que tenían un equipo local.

Y aquí terminó el viaje con A., que se volvió a casa dejándome atrás con un montón de rickshaws y camellos.

¡Saludos!